martes, 28 de diciembre de 2010

Esos extraños sentimientos

Hace unos seis meses tengo un jefe nuevo. Su apodo es "Silvio", por una notable similitud con el reconocido personaje Silvio Soldán.
Silvio es un pelotudo. Odiar no cuesta nada, como todos sabemos, pero con Silvio hay algo que me traba. O varias cosas.
Primero, le tiembla la mano. Eso me inspira una suerte de compasión, que limita cualquier arranque de ira que podría tener hacia él. Además, su vida es muy triste. Es un tipo grande, solo. Pasó la navidad en un restorán. A mi la navidad me chupa la pija, pero hay que reconocer que pasarla en un restorán es un golpe bajo.
Silvio es como una película argentina, un drama cotidiano estandarizado.
Por último, Silvio hace chistes. Los peores, menos originales, repetidos hasta el hartazgo y menos graciosos chistes que podrían ocurrírsele a una persona. Por ejemplo, ayer, 38 grados, tira al entrar un ¿tienen frío acá?. La respuesta mía, a cara desencajada, roja, abanicada por papeles laborales, se limitó a un seco NO. Silvio se río tanto festejándose a sí mismo que se ahogó con su propia risa.

Nunca podría odiar a Silvio.

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