miércoles, 11 de agosto de 2010

Crónica cotidiana

Trabajar tiene entre sus absurdas características el descubrimiento de nuevas torpezas en uno mismo. Entre mis tareas está escribir los cheques. Por lo general, la idea es que el cheque se escriba en letra imprenta, clara y legible (servicio gratuito a la comunidad: hace tiempo ya que los bancos te piden además que estén escritos en tinta negra). La cuestión es que yo me pongo a preparar la orden de pago, la escribo perfecto, agarro el cheque, empiezo a escribirlo y la mano sola parece tomar vida en un intento de boicot manual, y a trasformar las letras en palitos inentendibles. La “r” en un palito, en vez de agosto pone “agotso”, en la parte que va el número escrito lo cambia, por ejemplo toma “1650” como “un mil quinientos sesenta”. Es algo que no controlo, juro que me mentalizo antes de escribir, pienso en que no debo equivocarme, pero basta con que apoye la punta de la birome en el cheque y la puta hace lo que quiere.
Eso me lleva a insultar sin misericordia a mi propia mano (“mano de mierda, mano hija de puta, la concha de mi mano”), lo que lleva a veces a la más grave situación de que alguien opine al respecto (como cuando la mosquita mierda me dijo “¿es culpa de la mano?”), lo que de ahí me lleva a la violencia física con mis compañeros laborales. Pero esa, esa es otra historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario