martes, 10 de agosto de 2010

Martes...

Vengo del patio, al menos tengo un patio en donde sentarme a leer un rato, aunque no es la mejor época del año para hacerlo.
Son los días que te vienen contando que se acerca la primavera, cielo celeste hermoso, temperatura ideal para estar panza arriba con el libro y el mate en una plaza, con el pelo tocando el pasto… pero estoy en un patio, y la mejor vista que consigo es una pared descascarada, Tampoco es la mejor época porque el sol todavía no pega lo suficiente como para que te de esa modorra que te hace dormir ayudándote a que te olvides que estás en tu brevísima hora de almuerzo.

Por eso me acuerdo de Calvino, de sus ciudades invisibles y de las ganas de que pasen todas esas cosas que no están pasando

Las ciudades y los intercambios 2

En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, husmean otras miradas, no se detienen.
Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, con ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura a la otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que todas las combinaciones en un instante se agotan, y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo sujeto con cadena, una cortesana con abanico de plumas de avestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así, entre quienes por casualidad se juntan para guarecerse de la lluvia bajo un soportal, o se apiñan debajo del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos. Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, de opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.

(I. Calvino, "Las ciudades invisibles")

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