miércoles, 26 de enero de 2011

El diluvio universal

Ayer la lluviecita me agarró en la calle, a unas 7 cuadras de mi casa, con una remera blanca y un libro.
Después de esperar un rato que pare bajo un techo, e impulsada por la negación a conversar acerca de cómo llovía con las personas que me rodeaban en mi refugio, decicí arremangarme los pantalones y salir corriendo, pese al riesgo a morir ahogada o calcinada por un rayo.
Por dos cuadras parecía que amainaba, pero a la tercera San Pedro abrió el regador.
En los siguiente tres pasos quedé como si me hubiese tirado a una pileta.
A dos cuadras de mi casa, justo dió la casualidad que el chino salió a tirar un baldazo de agua podrida acumulada en su supermercado de dudosa higiene al mismo tiempo que yo atravesaba las puertas de su local, recibiendo de este modo unos 5 litros extras de agua en mi humanidad.
Agua sucia, por si no quedó claro.
A metros de mi casa, una vecina, señora mayor que por supuesto estaba en la puerta de su casa mirando el fenómeno meteorológico, me consideró ganadora del concurso de camisetas mojadas.
Puertas adentro, me encontré con las cataratas del Iguazú.

Lo único grave de todo esto, mi pobre libro, nuevo, recién empezado, está en terapia intensiva intentando secarse frente a un ventilador.

Rezad por él.

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